“Festejamos los 60 con muy buenos elementos”
Nació el 20 de noviembre de 1951, es decir, que precisamente hoy cumple 60 años. Entre los regalos que se hizo estuvo el gusto de grabar un nuevo álbum con algunos de sus héroes musicales internacionales y locales.
Por Maby Sosa / Marcelo Fernández Bitar - Diario Tiempo Argentino
El sólo quería grabar un par de discos, ganar unos mangos, ser famoso y volver a su pueblo a poner una verdulería. Pero los planes le salieron mal. Será que cuando llegó a Buenos Aires y escuchó “Blowin’ In The Wind”, la música de Dylan lo empujó a componer su primera canción y, como una ola irrefrenable llegaron muchas otras. Ahí su carrera como músico comenzó a cobrar forma, y pasó a ser León Gieco, el que hoy recibirá su cumpleaños 60 con un disco de canciones nuevas bajo el brazo.
El desembarco es un disco celebratorio, después de seis años sin editar canciones nuevas, que casi sin querer recupera los sonidos de la grabación no digital (en cinta), suma a músicos que marcaron su carrera y a quienes él solía escuchar, como Jim Keltner. “No tenía en mente un sonido de los años sesenta, pero surgió cuando llegué a los Estados Unidos con los demos del disco, esperando sólo mejorarlo, y el productor propuso una grabación en vivo y a la antigua, aprovechando que cumplía 60”, cuenta León desde su oficina de trabajo donde el viernes por la tarde dio un par de notas después de haber estado por la mañana en Cuál es? “Se dio también que Edelmiro Molinari me regaló su guitarra, ¡y es la de Almendra! Cuando la vi y me di cuenta de que todo pintaba para los ’60, quise sacarme las fotos de tapa del disco con esa guitarra. ¡Así que festejamos los 60 con muy buenos elementos!”, exclama León, satisfecho con su nuevo “desembarco”.
Trabajó desde muy chico y ya de adolescente armó dos bandas, una de folklore y otra de rock. Pero después de muchas vacilaciones, apenas terminado el verano de 1969 partió a Buenos Aires donde llegó con el mandato paterno de vivir “cerca del presidente”. Y lo cumplió. Con poca plata y una guitarra, llegó casi sin pensar (como le sale todo en la vida, según sostiene) a encontrarse con Gustavo Santaolalla, su amigo, el que lo acompaña en cada proyecto y quien le dio el empujoncito para ser parte para siempre del rock argentino.
“Si no hubiera un León Gieco, habría que crearlo”, sentenció una vez Mercedes Sosa, y la frase no sólo la repiten cada tanto otros artistas, colegas y seguidores. La frase flota en el aire cada vez que León habla, cuenta su vida, canta y se para en el escenario. Y suena de fondo cuando, como hizo en toda su vida, toma la bandera de la canción testimonial, la que resiste y cuenta las injusticias y dolores profundos. Esa misma frase es la que se escucha ahora, cuando una vez más, León desembarca.
–A propósito, ¿qué recordás de tu desembarco en la música?
–Fue cuando me compré mi primera guitarra. Me la compré yo, a los siete años. Laburaba en dos lugares, entonces me alcanzaba para pagarle las cuentas de mi mamá y para comprarme la guitarra, porque repartía carne hasta media mañana y después le hacía los mandados a una señora que se declaró imposibilitada cuando se murió su marido. Después están las influencias, como las que tenía de mi papá y mis abuelos, que cantaban, pero ese fue el primer desembarco.
–Cuando pensás en la primera vez que llegaste a Buenos Aires, ¿qué ves, qué sentís y cuál es el primer registro que te queda de ese desembarco?
–El primer registro fue entender qué quería decir la palabra “rascacielos”, porque era marzo, había mucha niebla y los edificios se metían en la nube. Recuerdo que le dije a Horacio Fumero, que vino conmigo a Buenos Aires: “Estos son los rascacielos.” El otro recuerdo es el cagazo que tuvimos cuando bajamos del tren, porque no sabíamos adónde ir. Fuimos a un policía y le preguntamos cómo llegar al Nacional Buenos Aires, porque alguien me había dicho que cerca del colegio había pensiones para los estudiantes del interior del país. El policía nos dijo que tomemos el 90 y que bajemos en Plaza de Mayo, al lado del Cabildo y la Casa de Gobierno. Fuimos, bajamos y sentamos en la plaza, alucinados, Horacio con el bajo y yo con la guitarra y la valija. Esperamos que salieran los chicos del colegio, les preguntamos dónde había una pensión, nos indicaron y paramos ahí, al lado del presidente, como me había dicho mi papá.
–Si hacemos una recorrida por tu carrera hay un puñado de hitos ineludibles. Quizás, el primero fue el tema “Hombres de hierro”, con la aparición en la película B.A. Rock y los shows de “El acusticazo”.
–Sí. Eso fue muy importante. No sé quién me llamó para que participe, pero me parece que fue Daniel Ripoll, de la revista Pelo. Fue importante estar ahí, fue un gran desembarco. El otro punto importante fue haber compuesto la primera canción, porque por más que yo cantaba en mi pueblo y tenía grupos folklórico de rock, componer se me dio acá en Buenos Aires. Yo no sabía cómo se compone una canción, y la compuse gracias a “Blowin’ In The Wind”, porque de ahí fui sacando acordes y así salió “Hombres de hierro”. ¡Dylan es el que me provocó a escribir mi primera canción, pero él no lo sabe! Bob Dylan contó que cuando escuchó por primera vez la versión de The Byrds de “Mr. Tambourine Man” estaba manejando, y se bajó y comenzó a saltar alrededor del auto. Ese mismo tema es el que yo un día escuché por la propaladora en mi pueblo, y se me erizó la piel. Increíble.
–Después de componer la primera canción uno no puede parar más, ¿no?
–Por supuesto, y me parece que así debe ser. Hay quienes componen tres o cuatro temas, y otros que siguen componiendo, pero me parece que lo más importante es destapar esa cacerola que está hirviendo en la cabeza. Escribí entre 300 y 400 canciones, ¡pero Litto Nebbia tiene más de 1000! Cuando lo busqué a Gustavo Santaolalla, sólo tenía cinco canciones, pero después del primer disco no es que escribís canciones por obligación, sino que es muy lindo tener una canción nueva. Sacás el primer disco y ya pensás en el segundo. Hay una presión pero es positiva, como la presión de la gente que en estos años me decía: “¿Para cuándo un disco nuevo?”
–¿La página en blanco no produce angustia?
–No. La dejás ahí y la retomás al día siguiente. Otras veces sale una canción rápida, de una sola vez. Este disco, por ejemplo, salió durante la gira de D-Mente y Mundo Alas. Otra tipo de presión fue tocar con Ivan Lins en el Coliseo y que me dijera que tenía una canción para que yo le pusiera letra. Lo mismo pasó con Spinetta, que me dijo que tenía una canción instrumental y la idea era ponerle una letra. Era “8 de octubre”, y ahí me sentía presionado por lo que iba a decir Spinetta. ¡Y la grabó en un homenaje para mí y otra vez en Vélez! Me quedé con unas ganas bárbaras de grabarla, así que vino acá, a este disco. Me mandó a Los Ángeles las pistas de bajo, guitarra y batería electrónica, y el productor me dijo que descubrió que ahí escondida estaba la voz de Spinetta, así que le mandé un mail para pedirle autorización y contestó: “Ustedes son grandes, saben lo que hacen”, así que ahora lo tengo a Luis en el disco ese para conmemorar los 60 años. Tengo la guitarra de Almendra en la tapa, que me la regaló Edelmiro, y la voz de Luis adentro.
–También tenés a Porsuigieco en pleno en el tema “Bicentenario”: Porchetto y Sui Generis, con María Rosa Yorio también.
–A mí me llamó mucho la atención cuando Capusotto hizo el personaje llamado El Porsuigieco, así nos juntamos. Nos juntamos con Porchetto, Nito y la Yorio, y Charly estaba en México.
–Justamente, Porsuigieco fue el otro hito en tu carrera, aunque no era el supergrupo que todos imaginan hoy. Eran más bien un grupo de amigos pegando afiches para sus shows.
–Esa es la imagen que yo tengo: Nito y yo con un tarro de engrudo y una brocha pegando carteles en un poste y al frente Raúl y Charly. Armamos un grupo alternativo porque parecía que todo se iba a terminar en el segundo disco. Mis expectativas eran ver si podía grabar unos discos, ganar unos mangos, ser famoso y poner una frutería. Pero no era una locura mía solamente: si ves la película de Scorsese de los Rolling Stones, Jagger dice lo mismo porque cree que todo iba a durar apenas dos discos.
–La experiencia de grabar y estar componiendo con ellos debe haber sido fuerte.
–Sí. Era la primera vez que un par de flacos, siendo solistas, se juntaron para sacar un disco. Y fue uno de los más vendidos de la historia del rock, grabado muy rápido y que quedó en una especie de pequeño mito. Nunca más tocamos juntos ni hablamos del tema, hasta ahora. Estamos todos vivos… tener 60 años y estar vivos en esta cuestión.
–¿Un tercer hito podría ser cuando te lanzás a tocar la guitarra solo?
–Yo no tenía banda y mi mánager, Daniel Melgarejo, me empujó a empezar a tocar solo. Yo no quería tocar así, pero un día me dijo: “Bueno, loco, tenés dos fechas para el fin de semana”, y me enojé. Me acuerdo que quedaba cuidando a mi hija Lisa, que lloraba cuando me ponía a tocar la guitarra. Al final estuvo bueno porque era un show muy lindo, yo tenía los inalámbricos y me escapaba del escenario. Seguí así, solo, hasta que fui a tocar a Alemania, cuando me propusieron armar una banda, que fue con la que toqué toda la década del ‘80, con Emilio Reyes, Aníbal Forcada, Rubén Lobo y el Cuervo.
–Los managers que tuviste fueron muy importantes: Melgarejo, Pity Yñurigarro, ahora Gustavo Taranto.
–Un día me fui a sufrir la muerte de Melgarejo en Uruguay, y estuve a punto de cerrar con Grinbank, hasta que Oscar López me presentó a Pity, y desde entonces estuve con él. Con Pity hice toda la gira del ’81 y ’82, luego De Ushuaia a La Quiaca y mucho más. .
–Otro momento importante en tu carrera fue la repercusión de “Sólo le pido a Dios”.
–Sí, pero se convierte en temazo mucho tiempo después. El tema en realidad explotó con Mercedes Sosa: ella lo grabó y que lo llevó al mundo. Lo grabó en un momento clave, porque volvió en el ’82, cuando vimos que venía la democracia. Ella me conocía de antes, porque le había pedido a su hijo Fabián que le mandara música de los rockeros argentinos, y me dijo que lloraba escuchando mis canciones. Así que cuando vino en el ’82 nos llamó a mí, a Charly y a varios más, y a los meses estalló Malvinas y se convirtió en himno.
–Es una canción que a vos no te gustaba mucho, pero a tu papá sí.
–Sí. Mi papá me dijo que esa canción iba a recorrer el mundo. ¡Yo casi no la grabo! Mejor dicho, no la grabé, pero una noche vino Dino Saluzzi y me dijo que necesitaba darles de comer a sus hijos, y yo que soy un culposo bárbaro le dije: “Mirá tengo una canción en el disco, te hago grabarla, hago que te la paguen y veo de meterla por ahí.” La grabamos en una sola toma, a las dos de la mañana vino Charly al estudio y le pareció genial, así que dije: “Bueno, pongámosla en el disco, pero de bonus track.” Y cuando el presidente de la compañía discográfica escuchó todo, dijo que sería la primera canción del lado 1. Antes de que Mercedes la grabe, también hubo una versión en vivo con Nito, que salió en una recopilación (7 años), que vendió mucho.
–¿Otro de los momentos claves en tu carrera fue comenzar a componer con Luis Gurevich?
–Eso fue un proceso. Cuando me tocó el momento de componer después de hacer Semillas del corazón, sentí que la parte literaria iba bien, era fluida y me salía cada vez mejor, pero la música se quedaba atrás. O hacía una música y la veía como un autoplagio. Eso de aprovecharse de melodías viejas no me gusta ni en Neil Young ni en Dylan, cuando lo hacen. Me acuerdo que viajé a España y me encontré con mi amigo Horacio Fumero, le planteé el problema y me dijo que podía estudiar armonización o buscarme un par, “un tipo que no haga letras y que haga música”. Y ahí vino otra vez gran casualidad: Mercedes me robó al baterista y tuve que armar una nueva banda, y ahí apareció Gurito como tecladista. En un ensayo le planteé que tenía muchas letras pero me faltaban melodías, y la primera tanda que peló fue “Cinco siglos igual”, “Todos los días un poco” y “Río y mar”. Entonces le empecé a poner letras a las músicas del Gurito. Eso fue muy importante para mi carrera. En este disco, por ejemplo, casi todas las músicas son del Gurito. Así y todo, la música de “La memoria”, “Bandidos rurales” y “Los salieris de Charly” es mía. O sea, que de vez en cuando aparece algo. Quizás tendría que incentivarme un poquitito, porque así como me salen letras me pueden salir músicas.
–Juntarte con una banda de rock como D-Mente parece haber sido un incentivo. Siempre se te ve muy contento cuando tocás con ellos.
–La idea de D-Mente fue de Andrés Giménez, no fue mía. Me dijo que estaban practicando temas míos pero estilo heavy metal, y que quedaban perfectos. Fui, lo escuché y me pareció alucinante. Lo practicamos una vez en Córdoba, en una peña, y justo estaba el productor José Palazzo, que nos quiso contratar para el Cosquín Rock, ¡y fue un éxito total! Fue un sonido que estaba en el ha ber, ¿viste? Porque yo conozco ese sonido, soy de la época de los Zeppelin y los Who, y también escuché Nirvana y The Clash. Encima, ni bien salió el disco con D-Mente, nos contrataron para ser soporte de Metallica.
–Para terminar. Con tantos viajes por tantas ciudades, ¿cuáles son los lugares adonde siempre volvés?
–Únicamente a mi pueblo, Cañada. Mi pueblo es mi pueblo. Yo viví hasta los 18 años ahí, y no es que vine acá y me hice músico, sino que era músico allá. Mi pueblo fue el que me incentivó a venir a Buenos Aires. Es muy importante mi pueblo. Es el único lugar al que regreso. De los otros, puedo regresar a cualquier otro lugar y está bien, pero el lugar al que todavía me emociona llegar es mi pueblo. Cuando voy llegando, paso por San Genaro, Centeno y Pueblo Casas, que queda a ocho kilómetros, veo la puntita de la iglesia sobre los árboles y me emociono. (Hace gesto de escalofrío)
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