LOS PIOJOS EN
Réquiem para una despedida anunciada
La banda del noroeste bonaerense inició el sábado su “parate” tras un recital contundente y emotivo que debió luchar, sin embargo, contra las inclemencias del tiempo. Ni la lluvia ni el frío amilanaron a los fans, que cantaron aquellas canciones con las que crecieron.
Por Matías Córdoba – Para Pagina 12
“Las despedidas son esos dolores dulces.” Así concluyó la carta que escribió un fanático de Los Piojos, que él mismo leyó ante las 65 mil personas presentes en el estadio de River Plate. Y sin quererlo, ese apotegma ricotero es el resumen de la noche del sábado, donde el frío, que calaba los huesos, y la lluvia, incesante, obligó al público a guarecerse en cualquier rincón del estadio. Fue la síntesis perfecta porque Los Piojos lucieron –de a ratos– esa potencia de la que hacen gala en sus conciertos, pero también la alegría de sus canciones y la desdicha que genera cualquier adiós. Todo eso sumado a la pelea del sonidista contra las inclemencias de la lluvia y los embates del viento, que parecían convertir al estadio en un conejillo de indias de la experiencia climática. No sólo el sonidista, los integrantes de la banda también tuvieron que lidiar con los caprichos del tiempo.
Sin embargo, más allá de los dolores de cabeza y las circunstancias que rodearon el ¿último? ritual piojoso, la banda supo demostrar por qué es de las más convocantes del país: la devoción de los músicos por su público (“Los amamos a todos”, “Son el mejor público de todo el mundo”, decía Andrés Ciro, cantante, entre tema y tema), es, sin duda alguna, similar a la que siente la hinchada piojosa por cada uno de los integrantes de la banda. Pero no es ésa la única característica que los hace masivos. Mal que les pese a los detractores de Los Piojos, ellos fueron, junto a
La cita a Moris con “El mendigo del Dock Sud”, que abre “Genius”, es la conjunción de la primera y la segunda fundación del rock barrial. Y es el tema del disco Azul (’98) el que desata al público. Himnos. Eso es lo que construyeron los fanáticos alrededor de las canciones de Los Piojos en el ritual de River. La mayor parte de los clásicos de la banda provienen de Ay Ay Ay (’94). No es casual que cuatro de las primeras cinco canciones del recital fueran de aquel álbum: “Te diría”, “Babilonia”, “Manise” (que en la votación vía foro de Internet, fue, junto a “Los Mocosos”, la más votada) y “Ando ganas (llora, llora)”, para después continuar con una seguidilla de canciones de amor: “Tan solo”, “Todo pasa”, “Luz de marfil” y “Fijate”.
La banda se completa con Gustavo “Tavo” Kupinski (guitarra), Miguel Angel “Micki” Rodríguez (bajo), Sebastián “Roger” Cardero (batería), Juanchi Bisio (guitarra) y Chucky de Ipola (teclados). Antes de comenzar con “Pacífico”, Andrés Ciro se sincera: “No soy muy dado para los discursos. Así que todo lo que tenemos para agradecerles, lo vamos a hacer a través de esta canción”. Y justo es la que dice así: “voy a llevarte en mí / y ahora sé muy bien / que me llevarás / hasta donde estés / adonde vayas”. El público estalla en aplausos, y se nota a un Andrés Ciro conmovido cuando ve saltar a la gente en el estribillo de “Luz de marfil”, del disco Verde paisaje del infierno (’00). La alegría y la tristeza se ciernen sobre el estadio. Aunque también la poca certeza de saber cuál será el futuro de la banda. ¿Un parate cuánto significa? Para el público, sólo unos meses. Sin embargo, puede llegar a durar años. ¿Qué es lo que puede saturar a una banda que tocó cinco veces en el estadio de Núñez?
Al fin y al cabo, en la carta abierta que publicaron en su sitio oficial, hablan de no llegar a “una saturación definitiva” y de que si siguieran tocando “sería triste fingir espontaneidad”. La realidad demuestra que el alejamiento paulatino de algunos integrantes (Dani Buira, Daniel “Piti” Fernández), y, los rumores –previos a este último River– de una de una posible salida de Kupinski, desnudaron algunas internas dentro de la banda que, lamentablemente, no pudieron ocultar ni tampoco desmentir. Pero en el show no se vislumbró ningún cortocircuito. Sonaron con fuerza, sin dejarle respiro a un público que pedía más y más canciones.
Hasta tocaron más de la cuenta: después de “Finale” –esa canción que tiene la costumbre de cerrar todos los rituales piojosos–, hicieron “Ruleta”, “El Viejo” (cover de Pappo’s Blues), “Los Mocosos” y “Muévelo”, temas que dieron por terminado el show y no formaban parte de la lista oficial que recibió la prensa. En un recital de ¡tres horas y cuarto! la banda también hizo covers: “Debede”, de Sumo, “Around and around”, de Chuck Berry, “Sex Machine”, de James Brown. En “Cruel”, desde el campo, una persona encendió una bengala que el mismo público se encargó de apagar. Hubo algunos aplausos aislados. En ese mismo tema, subió a tocar la batería Dani Buira, baterista original de Los Piojos, y con su grupo de percusión
Dio la sensación de que a la banda, la despedida se le fue de las manos. Era mucha la expectativa. En los alrededores la gente se acercaba con sigilo, mientras recibía los oportunistas volantes de la agrupación política Nuevo Encuentro, que era una colección de frases de la banda de El Palomar. Se fue de las manos porque la banda no quería, precisamente, una “despedida”. Y mucho menos una despedida grandilocuente (en un principio el show iba a realizarse en el Club Ciudad, pero la gran demanda de entradas obligó a mudar todo a River). Toda despedida es un hasta luego doloroso. Pero también, como sucedió el sábado en Núñez, un adiós dulce, entrañable. Mágico.
El rock calentó el ambiente
El trío que integran Chizzo, Tete y Tanque dio una nueva muestra de su vigencia rocanrolera, ante más de 45 mil personas. Tocó todos sus clásicos, desde “Panic show” hasta “El final es en donde partí”, y adelantó material de su nuevo CD de estudio.
Por Mario Yannoulas – Pagina 12
“
“¡Qué frío!”, un comentario plausible que nadie pronunció el sábado en la capital de la provincia. Durante las horas de previa la lluvia fue constante, de ésa que no se termina de animar y por eso es la más molesta. De ésa que después de caminar un rato hace que las zapatillas se conviertan en biomas singulares, caldos de cultivo de enfermedades futuras. En los alrededores del Estadio Ciudad de
Cálida fue la voz de Norberto “Ruso” Verea, a la cabeza de una transmisión radial que recorrió la espera dentro del estadio, donde musicalizó y presentó un compacto de la historia del rock and roll, empezando por los bluseros negros: “Este es un regalo de los chicos para ustedes”, dijo el Ruso. A las nueve de la noche, hora a la que estaba anunciada la explosión, el lugar estaba a medio llenar y de fondo sonaba ZZ Top. Sobre el escenario, emplazado sobre una de las plateas, tres voluntariosos secaban el piso mientras la gente seguía llegando como cascadas humanas, derramándose desde las populares hacia el campo. La lluvia prometía regalar compasión, pero seguía sin importar.
A las diez estaban todos. Incluso en las populares, que minutos antes parecían no llenarse nunca. En menos de una hora, el lugar había quedado repleto, con unas 45 mil personas dentro. Puntualmente una hora después de lo anunciado se apagaron las luces y
Cálida era la banda, cálida la escenografía. El trío (Chizzo, Tete, Tanque) parecía refugiado entre las paredes de una construcción gótica, custodiado por gárgolas protectoras. En el fondo, una galería que conducía a quién sabe dónde. Se juntaban para darse calor, hornear la información más pura y darla a conocer a quienes realmente les interesaba escuchar. Días e incluso semanas antes de este concierto, alguien había lanzado el rumor de que
Cálidas eran las luces. Con las dudas disipadas, la noche se encaminó más distendida y el sonido se acomodó. El sector del campo más cercano al escenario ya era una caldera. De esas cabezas emergían vapor y polvo, levantado por el furor que rompió la lona protectora: “Se están calentando ahí”, advirtió Chizzo, y presentó “Canibalismo galáctico”, un adelanto del disco que graba el grupo por estos días: “Algo así como un espejo del cosmos, donde se ve cómo los seres se carcomen entre sí”, intentó. Cálida fue la lista, con temas como “El cielo del desengaño”, “La boca del lobo”, “Desnudo para siempre” y “Al que he sangrado”, que terminaron de delinear un plan basado en las buenas canciones, ágiles y potentes.
Luego de “Cuándo vendrán”, “Ruta
Una vez más, a la hora de ir a ver a
NOTABLE ACTUACION DE ANDRES CALAMARO EN EL LUNA PARK
Así es el estado de gracia rockera
Aunque su novedad discográfica, la flamante caja con cinco CD, haya sido excusa para este show, no hubo estrenos, tomas alternativas, covers ni rarezas. Sólo clásicos y más clásicos, que dieron cuenta del gran momento por el que atraviesa El Salmón.
García, Spinetta, Solari, Cerati, inclusive Sandro: ellos son los rockstars argentinos. Andrés Calamaro es definitivamente otra cosa. Un trovador más parecido a De Vitta, Aznavour o Simone que a Jagger. Un compositor de verdaderos himnos y no los del concepto bastardo. Casi con seguridad, el que más le cantó al Desamor en el rock argentino. Es que a diferencia de Charly o El Flaco, él no estuvo obligado a madurar antes de tiempo, no fue referencia filosófica o política del Rock sino hasta hace algunos años. Con tiempo para añejarse y la guía temprana de un paladín sensible (de Palermo, Miguel), mantiene dientes y pelo, siendo el contraejemplo contra todo pronóstico, porque es también el más politóxico rockero nacional, el que aquilata más temporadas en el Infierno. Por razones como ésas y un quehacer artístico tan simple como la creación a voluntad, por estos días toca el Cielo del Rock en estado de gracia, en la plenitud del Estado de Rock. El de verdad.
Es cierto, sí, que aunque hoy cumbias, trovas y tangos lo definen tanto como la distorsión (pero menos que el bardo), es rockero de ley y una estrella para la cosmogonía popular. Por eso hay que entender el comienzo de su show del sábado en el Luna Park como una iniciativa intimista: 6 mil personas sentadas obligan a una perspectiva y una disposición distintas de las de un recital para 40 mil cuerpos parados. Calamaro no arranca lento: arranca despacio y con cadencia tropical.
“La parte de adelante” presenta a su orquesta de salón. En “Carnaval de Brasil” es claro que, para esquivar el coro de masas y hacer valer la condición propia de cantante salmón regresado, romperá las melodías vocales para abstraerse del aforo. Hace gala con alaridos en “Mi gin tonic” y tocando el cencerro en “Donde manda marinero”, a la que le suma coreografía. Recién en “Media Verónica” se sale del traje para una comunión fuera del lenguaje musical: “Muchas gracias Buenos Aires”.
La gente estalla en el estribillo de “Todavía una canción de amor”, de unos Los Rodríguez que son tan argentinos como el mate amargo con el que Calamaro va regulando. Con “Elvis está vivo”, además de los estertores entre el público, ocurre que algunos se dan cuenta de que ya van siete temas y no apareció nada de su segmento autorreferencial. Hasta “Para seguir”, su nuevo canto de guerra: “Ya estoy yo para grandes canciones o para revelar emociones”. En realidad, hace rato ya.
Como maestro del Ilusionismo y
Esas desapariciones geográficas y narcóticas hacia el interior de su búnker o el exterior de un país que empezaba a llorar una crisis que llegaría en 2001 aparecen reflejadas en “Todo lo demás”, “El día de la mujer mundial” (de los más altos puntos del recital, con guiños a “Stairway to Heaven”) y “Los aviones”, que lo encuadran en la escuela de storytellers de pulso rockero pero también en la de los tangueros, cuando aparecen la irónica “Jugar con fuego” (ya fuera de sincronía con su presente) y “Los mareados”. Antes de ese segmento arrabalero, recuerda la “tradición” del Luna Park: del Circo de Moscú y Holliday on Ice a Los Abuelos de
Son sólo elementos de una historia imposible de abarcar todavía y aquí, en un periódico. Una historia que ni El Salmón ni Andrés pueden contar completa. Y aunque su novedad discográfica (también conocida como
“Tuyo siempre”, la celebradísima “A los ojos” y “Días distintos” (de las mayores punkeadas de AC) lo embravuconan tanto que despliega con osadía y confianza un chal como si fuera un torero resistiendo los embistes de la nostalgia farmacéutica: “Ole, ole, ole”, lo ayuda la gente, su gente, ganada en buena ley con años de trabajo sustentable. “Me dicen que el análisis de efedrina de Diego dio negativo y que ganamos el Mundial”, bromea para salirse de ese espiral memorial antes de “Me estás atrapando otra vez”. Sigue loco, pero libre y limpio.
“Crímenes perfectos”, “Me arde” y “Alta suciedad” aturden por emoción y musicalidad. Estira los fraseos, sigue falseteando y dando alaridos, bailando, percutiendo y tocando la viola en celebración renacentista. ¿Se puede sumar algo acerca de “Paloma”, esa canción grandiosa que –ya lo dijo el periodista Roque Casciero en estas páginas–, no tiene estribillo y nunca fue corte de difusión? Difícilmente. Solamente hay que sentirla como espina en el hígado del recuerdo amoroso perdido ya.
“Sé que pagaron mucho por estas entradas, cuando termine el recital pueden llevárselas a casa”, había bromeado un rato antes. Sin incurrir en análisis de presupuestos ajenos, el show fue excelso y cumplidor, con llantos en el público y confesiones amorosas de una rubia en estado de ebullición que aclamó “Andrés, te amo” en cada intermedio y que casi tuvo un orgasmo en la imperecedera y rodriguera “Canal
El punto y seguido, porque Calamaro repitió anoche en el Luna, fue con “Flaca”. Y así como había empezado anunciando que es “vulnerable” (en “La parte de adelante”), termina pidiéndole a esa figura fantasmal imprescindible de Alta Suciedad no volver a caer en la tentación.
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